Eliana Martínez Shapasnikofff

 

Aurelio

 

 

Todo empezó el día en que Aurelio perdió el punto de la i. Se había bajado del 15 en el Botánico y llevaba media cuadra por Armenia cuando sintió que algo le faltaba. Tanteó los bolsillos: la billetera y las llaves en el pantalón, la SUBE en el saco. Siguió caminando, ahora una incomodidad leve lo acompañaba. Paulita esperaba en la puerta del edificio: “¡Hola, papá! Ya estábamos preocupados…” Él le dio un beso en la frente, sonrieron y subieron del brazo. El almuerzo de domingo transcurrió sin novedades. Lo mismo las semanas que siguieron, hasta el miércoles en que Aurelio no pudo encontrar la o. Se dio cuenta de inmediato, quizás porque también le faltó la alianza y tuvo que atravesar de nuevo el dolor de perder a Susana, y esta vez no había enfermedad ni médicos a quienes echarles la culpa. Fue al banco insistiendo en depositar las letras que le quedaban, pero ni siquiera el gerente quiso escucharlo. Llegó Paulita con cara de madre triste y lo llevó a vivir a un hotel, “para que estés más tranquilo y no tengas que preocuparte por nada”. Un hotel con un servicio pésimo, si le preguntaban a él, y lleno de ladrones: le habían robado la u y la e. Por las tardes, un viejo se le metía en el baño y lo observaba en silencio mientras él se lavaba los dientes. Lo alegró que Susana viniera a visitarlo, traía a un niño pequeño de la mano. No se quedaron: Aurelio la hizo llorar cuando le preguntó dónde había dejado a Paulita y de quién era el niño. Esa noche, una puñalada fulminante de lucidez se le clavó en las costillas y lo sacó del sueño. Apretó la A con fuerza, con terror, con impotencia. La enfermera de la mañana lo encontró temblando, aferrado a la almohada como un náufrago, las mejillas húmedas y la mirada perdida para siempre.

 

 

© 2021 Eliana Martinez Shapasnikoff

Premiado en la Categoría Cuento Corto Tradicional en el Concurso Revista Guka 2021.

 

 

 

 

Abrazo

Quédate con una pequeña chispa,

(…) mientras la tengas podrás volver a encender el fuego.

Charles Bukowski

 

A tu lado sobraba la luz. Cada instante tenía sabor a eternidad. Cada abrazo nos fundía, ya no más tú ni yo. Y quedábamos flotando en la etérea trampa del amor, en el espeso mar de la agonía. En un éxtasis de embrujo lamido poro a poro.

El fuego duró el tiempo en que creímos habitarnos. Después la calma. Esa que llegó cuando por primera vez nos advertimos diferentes. Sin embargo, al encontrar en vos una partícula de mí, seguí en la ronda del juego. Y jugué y seguí siendo. Me dejé la coraza. Respeté la tuya.

Nos permitimos el abrazo en la temporaria necesidad de completud. Y nos soltamos y seguimos siendo.

 

Marta

Un día como tantos

Un día como tantos. Nada especial para guardar en los recuerdos. ¿Si te extraño? No puedo contestarlo,  lo sabés muy bien. Ayer por la tarde me llamó con insistencia. No la atendí.  Me dio pena. Supuse que en el cuadrilátero en que desarrollan sus vidas habían  tenido otro asalto. Y ella había perdido por knockout. No sé que ganan con esta situación.  Y yo siempre en el medio.  A veces de sparring y otras de juez. Depende del momento. Por eso te digo basta, y es… la décima vez por lo  menos que te lo digo. Fijate en el celu. Ahí te mandé una selfie. Mirá por si no lo creés:  cuelgo los guantes. 

 

Marta 

 

Alejandra Kamiya

«Todas las mujeres tenemos un secreto, desde niñas. No importa de qué esta hecho, nos constituye, como nos constituye la espera y el silencio.

Hablaste de una infancia en el campo. Una mudanza a la ciudad para ir al colegio. Una carrera como crítica de música. Algunos amores. Pero todas estas cosas parecían detalles cuando nos sentábamos en el balcón frente al paisaje.»

 

 

Del libro «Los árboles caídos también son el bosque» de la exquisita Alejandra Kamiya.

 

 

Un día más

Otra mañana igual. Nos saludamos con un beso de costumbre, pasaron mil años desde el último verdadero. Te afeitás, tomás un café de pie, recogés tu portafolio y te vas dejando una estela de almizcle en el pasillo.

Canto en un murmuro y me doy los buenos días en el espejo. Peino mi cabello en un rodete bajo, me pongo rubor con el labial rosado. Dudo si llevar aros, a veces se nos enredan en la almohada. Pruebo con los cortos dorados, con los largos negros. Me decido por las argollas pequeñas de plata. Abotono sin prisa la blusa roja que tanto nos gusta. Mis ojos se iluminan. Los entrecierro. Aspiro profundo, y la distancia se llena con el aroma a lavanda de tu cuerpo. Sonrío. Mi boca se anticipa saboreando el encuentro.

 

 

Marta 

Los años y los vientos – adelanto

arte de tapa de Los años y los vientpos

Ya esta en la imprenta mi nuevo libro «Los años y los vientos». Les adelanto el arte de tapa un trabajo excelente de interpretación de los textos que lo integran.  Habla del talento de sus autores Valeria Lafón y Daniel D´Agostino del estudio fotográfico Diafragma 4. Y de Christian Cortalezzi diseñador de la cubierta. 

Me impactó al verla y me alegra poder compartirla.

 

 

Último

Caminaba devorando las veredas. Su pamela blanca peleaba con el viento.

Un suspiro le asomaba en la boca. Los labios entreabiertos soltaban un nombre que se deshacía en el aire. Jadeante llegó a su lado. Alzó el brazo. Rozó su hombro con los dedos. Él giró. Y al mirarla ella supo que era la última vez.

 

 

Marta