La taza roja

Su figura se cortaba sobre el mármol blanco veteado de grises de la mesa del living. De su boca volcánica un humo espeso, como el despertar apurado, jugaba jeroglíficos en el aire. Casi con insolencia me miraba. Mi cabeza, independiente, se balanceaba hacia un lado y hacia el otro. Dos contendientes afilando garras.

Era el amanecer de una noche larga. Una noche que, en su azul profundo, había intentado cerrar mis pensamientos, hacerlos claudicar. Tan fatua. Nunca ceja en el intento. Continuar leyendo «La taza roja»

Como la brisa del sur

Siempre que Mecha hace su entrada en el salón, una nube de aroma a lavanda la sigue. Y ante mis ojos, romántico sin remedio, es como si una estrella fugaz cayera en la inmensidad del cielo pueblerino. 

Dicen que no usa perfume. Dicen que es el aroma de un jabón que se fabricaba hace años. Dicen que ya es imposible conseguirlo. Algunos rumoran en voz muy baja que lo fabrica ella con una fórmula secreta atesorada por generaciones en su familia.

Y como en esta cuestión del rumor cabe lo que la imaginación entrame, mil y ninguna son las posibilidades de certeza.

Hoy entró radiante. Me di vuelta y la seguí con la mirada. A su aroma, lo acompañaba una blusa de lino natural que se deslizaba sobre una pollera a lunares blancos y negros. La tela de la falda se movía como si la acariciara una suave ráfaga del viento surero que mueve a las glicinas en las tardes de verano. Continuar leyendo «Como la brisa del sur»

Reflexión

Ayer tuve el enorme placer de publicar el  cuento «Autorretrato»,  de la escritora  Paola Vicenzi.  Ella es mi guía en este camino de la palabra escrita, desde hace más de dos años. A su lado crecí y aprendí  a creer en mis decires.  Me alentó a editar mi primer libro y a crear este espacio.  Pao, gracias por tu calidez y por tu saber.

 

Mara Bergallo

Este relato es el hermoso regalo que recibí de mi  compañera de taller Mara Bergallo, gran escritora y valiosa persona. Recorrimos juntas el amplio camino de las letras, casi por dos años.  Cuando leyó el texto la dedicatoria estaba al final, y fue entrañable para mí. Hoy no quería dejar de mencionar a Mara y a su exquisito decir. Compartirlo me resulta necesario. Gracias, Mara.

 

Paraíso de palabras

Para la que construye poesía a cada paso, regalándome el placer de leer sus textos y escucharlos de su propia voz.  Gran escritora, valiente y genuina: Marta Ritondale, mi valiosa compañera.

 

Un limbo o borde, la afamada zona de confort, halla su cimiento en fantasías infantiles de desaparición y refugio. Ese limbo seduce, succiona, atrapa y nos condiciona. Un gran útero, de intenso magnetismo, del que logran sustraerse solo unos pocos.

A lo largo de mi existencia, me he cruzado con algunos de estos sujetos y, como si lo llevaran escrito en la frente, rápidamente los identifico. Son seres especiales, llenos de pasión y sensibilidad, con quienes es un verdadero placer compartir una charla o un proceso creativo. A su lado, pasan los minutos y las horas sin el menor registro subjetivo. Cuando tengo la dicha de disfrutarlos, sigo prendida y perdida en los laberintos de un paraíso, bien lejos del limbo, perdida en el goce de almas ensambladas, a cielo abierto. Continuar leyendo «Mara Bergallo»

Paola Vicenzi

 

Autorretrato

 

Abro las ventanas para que el sol de invierno a las once se meta de lleno en el estudio. Me gusta el sol de invierno, me gustan los contrastes.

Antes de retomar la pintura, me paro frente a la mesa de trabajo.

Por debajo de los pinceles y de mis viejas remeras convertidas en trapo, asoman los tubos de verde cadmio y de violeta ultramar. Los malditos culpables de mi insomnio. Pero no, no voy a modificar el azul cobalto de la blusa: es un toque de audacia del que no me quiero privar. Chequeo el contenido del frasco de trementina, otra vez me olvidé de comprar. Trementina y barniz, anoto mentalmente. Agarro una espátula de acero, la golpeo contra mi muslo y la apoyo de nuevo. Camino unos pasos. Esos pasos que van del caballete a mi mesa y de mi mesa al caballete deberían formar un surco, porque no solo los recorro cuando preciso alguno de mis elementos, también cuando lo que preciso es pensar. Continuar leyendo «Paola Vicenzi»

Cristina Peri Rossi

Bitácora

 

No conoce el arte de la navegación
quien no ha bogado en el vientre
de una mujer, remado en ella,
naufragado
y sobrevivido en una de sus playas.

 

En «Lingüística general» 1979

Adelanto del cuento «Los años y los vientos»

Un avance del cuento que dio origen al título de mi primer libro.

 

«Sus pies navegaban en lanchones violetas aterciopelados, raídos de tanto paso. Sus caderas se balanceaban acariciadas por timbales y sones lejanos. Su piel morena, más morena por tanto sol vivido.

Un batón de flores multicolores hacía su figura más voluminosa y alegre. Y un pañuelo blanco en su cabeza, al estilo yoruba, completaba el atuendo de Irasema, la abuela de Eber, mi amigo del barrio.»

 

Marta

Cambio de héroe

Una de las trampas de la infancia

es que no hace falta comprender

algo para sentirlo

Carlos Ruiz Zafón

 

El Negro estrujaba el muñeco de Batman cuando la yuta se llevó a su viejo. Se quedó con las ganas de escupirle la cara. ¡Puta, por no ser más alto!, pensó. Eras mi rey, gato. Te lo decía abrazándome a tus piernas, y vos siempre “salí de acá con esa mariconada”. ¡Qué mierda, gato! Qué mierda. Pero esta no te la perdono, esta la pagás. ¡Te cabió! ¿Viste que no soy tan maricón? Y si era más alto ni a la cana te llamo, te juro, me vuelvo araña como el hombre, te subo y te tajeo la garganta. Se acabó lo de mi vieja tirada en la cocina, se acabó.

Ahora vengo, ma, dijo al cerrar la puerta. Fue hasta el pasillo 34 con su Batman en la mano, llamó al Colo y al Paragua y juntos armaron la Liga de la Justicia.

 

Marta 

 

 

 

 

 

Pronóstico desalentador

Yo no vivo, yo ardo                                                                                                                       Oliverio Girondo

 

Sube las escaleras a los empujones cuando las agujas del reloj del subte marcan las seis de la tarde. Trata de llegar a la superficie, busca en vano una bocanada de aire fresco. Piensa en el Dante, se ve saliendo del pozo del infierno. Bufa al sortear en la vereda a los manteros del Once. Tropieza con otras gentes tan encendidas como él. La cara le brilla. La surcan el agua salitrosa empastada con la bronca diaria. Cuarenta y dos grados. Récord, no sabe desde cuánto tiempo en la ciudad. Tampoco le importa. Un dato que no le agrega nada a su vida más que sudor (sin lágrimas porque ya se las gastó). Continuar leyendo «Pronóstico desalentador»

Eliana Martínez Shapasnikofff

 

Aurelio

 

 

Todo empezó el día en que Aurelio perdió el punto de la i. Se había bajado del 15 en el Botánico y llevaba media cuadra por Armenia cuando sintió que algo le faltaba. Tanteó los bolsillos: la billetera y las llaves en el pantalón, la SUBE en el saco. Siguió caminando, ahora una incomodidad leve lo acompañaba. Paulita esperaba en la puerta del edificio: “¡Hola, papá! Ya estábamos preocupados…” Él le dio un beso en la frente, sonrieron y subieron del brazo. El almuerzo de domingo transcurrió sin novedades. Lo mismo las semanas que siguieron, hasta el miércoles en que Aurelio no pudo encontrar la o. Se dio cuenta de inmediato, quizás porque también le faltó la alianza y tuvo que atravesar de nuevo el dolor de perder a Susana, y esta vez no había enfermedad ni médicos a quienes echarles la culpa. Fue al banco insistiendo en depositar las letras que le quedaban, pero ni siquiera el gerente quiso escucharlo. Llegó Paulita con cara de madre triste y lo llevó a vivir a un hotel, “para que estés más tranquilo y no tengas que preocuparte por nada”. Un hotel con un servicio pésimo, si le preguntaban a él, y lleno de ladrones: le habían robado la u y la e. Por las tardes, un viejo se le metía en el baño y lo observaba en silencio mientras él se lavaba los dientes. Lo alegró que Susana viniera a visitarlo, traía a un niño pequeño de la mano. No se quedaron: Aurelio la hizo llorar cuando le preguntó dónde había dejado a Paulita y de quién era el niño. Esa noche, una puñalada fulminante de lucidez se le clavó en las costillas y lo sacó del sueño. Apretó la A con fuerza, con terror, con impotencia. La enfermera de la mañana lo encontró temblando, aferrado a la almohada como un náufrago, las mejillas húmedas y la mirada perdida para siempre.

 

 

© 2021 Eliana Martinez Shapasnikoff

Premiado en la Categoría Cuento Corto Tradicional en el Concurso Revista Guka 2021.