La canción que no cantamos

Imaginaba tu rostro cuando tomé la guitarra y rasgueé las notas de esa canción que no cantamos, pero que envolvía cada uno de nuestros encuentros.

Nunca la cantamos porque las bocas solo hurgaban los huecos, y los labios se abrían nada más que para murmurar te quiero. Y los cuerpos la danzaban sobre la cama, y las sábanas cómplices la escondían entre los sudores.

Te veo llegar y tu sonrisa me abraza. Y mi guitarra presiente que hoy tampoco cantaremos nuestra canción.

 

Marta

Cambio de héroe

Una de las trampas de la infancia

es que no hace falta comprender

algo para sentirlo

Carlos Ruiz Zafón

 

El Negro estrujaba el muñeco de Batman cuando la yuta se llevó a su viejo. Se quedó con las ganas de escupirle la cara. ¡Puta, por no ser más alto!, pensó. Eras mi rey, gato. Te lo decía abrazándome a tus piernas, y vos siempre “salí de acá con esa mariconada”. ¡Qué mierda, gato! Qué mierda. Pero esta no te la perdono, esta la pagás. ¡Te cabió! ¿Viste que no soy tan maricón? Y si era más alto ni a la cana te llamo, te juro, me vuelvo araña como el hombre, te subo y te tajeo la garganta. Se acabó lo de mi vieja tirada en la cocina, se acabó.

Ahora vengo, ma, dijo al cerrar la puerta. Fue hasta el pasillo 34 con su Batman en la mano, llamó al Colo y al Paragua y juntos armaron la Liga de la Justicia.

 

Marta 

 

 

 

 

 

Abrazo

Quédate con una pequeña chispa,

(…) mientras la tengas podrás volver a encender el fuego.

Charles Bukowski

 

A tu lado sobraba la luz. Cada instante tenía sabor a eternidad. Cada abrazo nos fundía, ya no más tú ni yo. Y quedábamos flotando en la etérea trampa del amor, en el espeso mar de la agonía. En un éxtasis de embrujo lamido poro a poro.

El fuego duró el tiempo en que creímos habitarnos. Después la calma. Esa que llegó cuando por primera vez nos advertimos diferentes. Sin embargo, al encontrar en vos una partícula de mí, seguí en la ronda del juego. Y jugué y seguí siendo. Me dejé la coraza. Respeté la tuya.

Nos permitimos el abrazo en la temporaria necesidad de completud. Y nos soltamos y seguimos siendo.

 

Marta

Un día como tantos

Un día como tantos. Nada especial para guardar en los recuerdos. ¿Si te extraño? No puedo contestarlo,  lo sabés muy bien. Ayer por la tarde me llamó con insistencia. No la atendí.  Me dio pena. Supuse que en el cuadrilátero en que desarrollan sus vidas habían  tenido otro asalto. Y ella había perdido por knockout. No sé que ganan con esta situación.  Y yo siempre en el medio.  A veces de sparring y otras de juez. Depende del momento. Por eso te digo basta, y es… la décima vez por lo  menos que te lo digo. Fijate en el celu. Ahí te mandé una selfie. Mirá por si no lo creés:  cuelgo los guantes. 

 

Marta 

 

Un día más

Otra mañana igual. Nos saludamos con un beso de costumbre, pasaron mil años desde el último verdadero. Te afeitás, tomás un café de pie, recogés tu portafolio y te vas dejando una estela de almizcle en el pasillo.

Canto en un murmuro y me doy los buenos días en el espejo. Peino mi cabello en un rodete bajo, me pongo rubor con el labial rosado. Dudo si llevar aros, a veces se nos enredan en la almohada. Pruebo con los cortos dorados, con los largos negros. Me decido por las argollas pequeñas de plata. Abotono sin prisa la blusa roja que tanto nos gusta. Mis ojos se iluminan. Los entrecierro. Aspiro profundo, y la distancia se llena con el aroma a lavanda de tu cuerpo. Sonrío. Mi boca se anticipa saboreando el encuentro.

 

 

Marta 

Último

Caminaba devorando las veredas. Su pamela blanca peleaba con el viento.

Un suspiro le asomaba en la boca. Los labios entreabiertos soltaban un nombre que se deshacía en el aire. Jadeante llegó a su lado. Alzó el brazo. Rozó su hombro con los dedos. Él giró. Y al mirarla ella supo que era la última vez.

 

 

Marta