Imaginaba tu rostro cuando tomé la guitarra y rasgueé las notas de esa canción que no cantamos, pero que envolvía cada uno de nuestros encuentros.
Nunca la cantamos porque las bocas solo hurgaban los huecos, y los labios se abrían nada más que para murmurar te quiero. Y los cuerpos la danzaban sobre la cama, y las sábanas cómplices la escondían entre los sudores.
Te veo llegar y tu sonrisa me abraza. Y mi guitarra presiente que hoy tampoco cantaremos nuestra canción.
Marta