Un pájaro negro puede arruinar la vista del cielo
Takeo Arishima
El desencanto llenó cada poro de mi cuerpo, su agrio sabor inundó mis vísceras. Me fui para adentro, al lugar original. Volví a ser un punto en medio del cuerpo. Al amparo de los huesos, de los músculos, de los venas y de las arterias. Un cigoto. Un bosquejo. Una nada todavía.
Mi presencia seguía en el salón y yo, ahí, dada vuelta como una media presta a zurcirse. Expuesta a un exterior carente de comprensión.
La desilusión me estrujó como a un papel celofán. Con el ruido tapado por los murmullos impiadosos.
No me gustan las sorpresas, y esta lo fue. Había entregado parte del alma.
La decepción acrecentaba el dolor. Ya nada iba a ser igual, no podía ser igual, no debía ser igual.
No creo, no adhiero, a eso de “todo bien, no es para tanto, no pasó nada tan terrible…” Porque es terrible que te sorprenda la vida mostrando las máscaras verdaderas.
Por un momento el aire no entró en mi cuerpo, un nanosegundo prestado a la muerte. Un instante eterno en que me fui para adentro en el desesperado intento de salvarme.
Marta