La sábana roja – Marta Ritondale

 

 

 

 

 

 

LA SÁBANA ROJA 

                      El viento levanta hojarascas,

                      el alma atesora recuerdos

 

Sábado por la mañana y el mate recién cebado. Un cielo aplastado de grises presagia tormenta. Admiro la belleza inesperada que depara cada instante, cada aliento. La vida que flaquea y revive en espacios intermitentes de gozos y de llantos.

Las palomas, tenaces, planean recogiendo las migas que alguna mano les arroja. El viento, cada vez más intenso, levanta en remolino las hojas que juegan carreras por la cuadra.

En la terraza de enfrente, una mujer con los brazos en aspas trata de recoger de la soga la ropa tendida que se le rebela. Una sábana roja se empecina en flamear, ¿bandera de victoria? Imagino que no solo se agita para ofrecerle pelea al viento: tal vez quiere sacudirse los restos de una noche, noche intensa que el color profundo de su entramado permite suponer.

En mi balcón, las plantas se mueven con la furiosa cadencia de las ráfagas. Las hojas más débiles sucumben sin remedio. Las macetas pequeñas tintinean buscando equilibrio. La enredadera se desviste a merced del aullido ronco que no perdona.

Y en la triada del amor, el tiempo y la muerte se aprecia eso, que simplemente llamamos vida.

 

Marta

 

 

Imagen Meta IA

 

 

 

 

 

 

La cuesta de enero

 

 

Oí decir que a lo largo de la vida se conocen muchas máscaras y muy pocos rostros. ¿Cómo pega esta idea con las soledades y las indiferencias?

Este presente lleva a la imperiosa necesidad de hacer estallar en el afuera lo que llevamos encorsetado en el adentro.

Que se vengan los ruidos para tapar pensamientos, sentires, huecos.

Diciembre es un mes en el que la algarabía se vuelve obligatoria; y el estruendo, condición necesaria. Lo ineludible para que advenga el futuro esplendoroso. La cultura lo impone, y ha cumplir se ha dicho. A adorar el falicismo del dinero. A gastar lo que sea en busca del reconocimiento tan necesario en tiempo de balances.

Y la cuesta de enero quedará como resto del carnaval decembrino.

Porque nada es suficiente para ocluir, atontar la mente y acorazar los sentidos.

Que la falta no se haga presente. Que podamos, por un segundo al menos, vivir la tan añorada completud. Que gocemos, por un instante, de la amada perfección.

Y, sobre todo, que olvidemos lo más rápido posible la madera, los clavos y la cruz.

 

Marta

Ensueño bajo el paraíso

Mediodía de verano en la capital. Cemento y esmog. Espero en la plaza la hora de volver a la oficina. Mi mirada baila por el espacio. Entrecierro los ojos. La brisa trae un intenso aroma a jazmines que me envuelve como una caricia y despierta mis sentidos. Busco ávido alrededor. Y la veo, recostada en una manta roja bajo la sombra del paraíso. Un Rodin de porcelana blanca, Continuar leyendo «Ensueño bajo el paraíso»

La taza roja

Su figura se cortaba sobre el mármol blanco veteado de grises de la mesa del living. De su boca volcánica un humo espeso, como el despertar apurado, jugaba jeroglíficos en el aire. Casi con insolencia me miraba. Mi cabeza, independiente, se balanceaba hacia un lado y hacia el otro. Dos contendientes afilando garras.

Era el amanecer de una noche larga. Una noche que, en su azul profundo, había intentado cerrar mis pensamientos, hacerlos claudicar. Tan fatua. Nunca ceja en el intento. Continuar leyendo «La taza roja»

Como la brisa del sur

Siempre que Mecha hace su entrada en el salón, una nube de aroma a lavanda la sigue. Y ante mis ojos, romántico sin remedio, es como si una estrella fugaz cayera en la inmensidad del cielo pueblerino. 

Dicen que no usa perfume. Dicen que es el aroma de un jabón que se fabricaba hace años. Dicen que ya es imposible conseguirlo. Algunos rumoran en voz muy baja que lo fabrica ella con una fórmula secreta atesorada por generaciones en su familia.

Y como en esta cuestión del rumor cabe lo que la imaginación entrame, mil y ninguna son las posibilidades de certeza.

Hoy entró radiante. Me di vuelta y la seguí con la mirada. A su aroma, lo acompañaba una blusa de lino natural que se deslizaba sobre una pollera a lunares blancos y negros. La tela de la falda se movía como si la acariciara una suave ráfaga del viento surero que mueve a las glicinas en las tardes de verano. Continuar leyendo «Como la brisa del sur»

Pronóstico desalentador

Yo no vivo, yo ardo                                                                                                                       Oliverio Girondo

 

Sube las escaleras a los empujones cuando las agujas del reloj del subte marcan las seis de la tarde. Trata de llegar a la superficie, busca en vano una bocanada de aire fresco. Piensa en el Dante, se ve saliendo del pozo del infierno. Bufa al sortear en la vereda a los manteros del Once. Tropieza con otras gentes tan encendidas como él. La cara le brilla. La surcan el agua salitrosa empastada con la bronca diaria. Cuarenta y dos grados. Récord, no sabe desde cuánto tiempo en la ciudad. Tampoco le importa. Un dato que no le agrega nada a su vida más que sudor (sin lágrimas porque ya se las gastó). Continuar leyendo «Pronóstico desalentador»