FLOR DE OTOÑO
Por el amor de una rosa, el jardinero es servidor de mil espinas.
Proverbio Turco
Bebía a sorbos el café y contemplaba el viejo serbal del jardín que, implacable, marcaba sin error el tiempo. En su fronda, quedaban todavía hojas rojas del fin del verano y un dorado intenso pintaba el resto anunciando el fin de un ciclo.
Había pasado más de una semana del encuentro, y desde entonces sentía el peso de mil años acunándose en los hombros.
No podía dejar de pensar en ese día. No podía dejar de pensar en el momento en que se acercaron. Su cuerpo se estremeció y le aleteó el alma. Y por un instante sintió que estrenaba vida. Se saludaron con un beso en la mejilla y, en el breve contacto, el olor de su pelo le devolvió el aroma de la infancia. Había jurado no llorar. Caminaron por el querido sendero del parque. Sus codos se rozaban apenas con el vaivén de los pasos lentos. Y sus manos temblaban por evitar el contacto prohibido. El sol deambulaba entre las hojas de los alerces y los pinos. Y el griterío de los niños colmaba el espacio de algarabía. El carrusel giraba loco: sonaba la ronda de San Miguel, donde todos cargan su caja de miel.
Y nos miramos. Tu cara brillaba con sudor de lágrimas. Y contuve las ganas de apretarte junto a mí. Pero mi mano sin gobierno, alzó vuelo a tu mejilla y la rozó como una pluma acaricia el aire mientras cae. Y me hundí en tus ojos con el sabor del encuentro y el dolor de la despedida. En un murmullo dije: No llorés, no llorés por favor…, que el agua no nos borre, que alguno pueda quedarse con la mejor versión de nuestras vidas. Solté tu mano y sin volver la mirada comencé el regreso.
Corté la última rosa del jardín y al cerrar la puerta mis manos doradas, apagaron su luz.
Marta